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viernes, 2 de mayo de 2014

Palabras difíciles de pronunciar


Las palabras de Jesús en su oración al Padre son difíciles de pronunciar. De hecho, si reflexionemos en cada una de ellas, caeremos en la cuenta de las profundas implicaciones, que al declararlas y hacer que se cumplan, conllevan. 

Jesús, orando en el Getsemani, antes de ser arrestado
«No se haga lo que yo quiero, sino lo que tú» ¡Que contraria es al hombre natural! A este le resulta fácil decir: "Hago lo que quiero y nadie me dice lo que tengo que hacer". Niega someterse a una autoridad y quiere ser él quien decida su propio destino.

De la misma manera, les sucede a los discípulos de Jesús. Es lo que le ocurrió a Pedro, Juan y Jacobo. Cuando tenían que orar y estar vigilantes, estaban haciendo lo que querían, dormir. 

Dios desea y nos manda a orar, pero nosotros dormimos, en muchas ocasiones ¿Cuánto tiempo dedicamos a la oración y comunión con el Señor al día? ¿Ni siquiera una hora? ¿Cómo pensamos entonces obtener la victoria contra las tentaciones? 

¡Más el Salvador tiene compasión de nuestras vidas! Por eso, nos ha dado Su espíritu para vencer al mal y vivir según Su voluntad, ¿difícil? ¡Si! Y aun así es agradable y perfecta. Porque lo que él quiere para ti, es muchísimo mejor que lo que cada uno podamos querer para nosotros. 

Agustín de Hipona, el mayor teólogo que haya existido, según dicen algunos, dijo una vez una petición muy similar a la de Jesús: «Señor, pídeme lo que quieras, y concédeme hacer lo que pides». Esto me enseña que debo ser humilde para clamar: “Apiádate de mí, que soy un hombre pecador y sin ti, nada puedo hacer” Necesito tu favor, que aumentes mi fe, me concedas lágrimas de arrepentimiento y el reconocer sólo una cosa, que “Tú, Jesús, pagaste en la cruz por mis pecados, moriste por amor a mí, para salvarme de la muerte, que trajo como consecuencia el pecado, para después resucitar y vencer no solo a la muerte sino al pecado y al maligno." 

Él fue entregado en manos de pecadores, es decir, tú y yo. Sin embargo, hay una diferencia, los hijos de Dios reciben a Cristo como el regalo de vida eterna y crucifican sus pecados en la cruz, mientras que los que no lo son, quieren crucificar una y otra vez al autor de la vida.


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